Maldita reencarnacion (Novela) - Capítulo 617
Capítulo 617: Para siempre (2)
Aldea de Bollanyo, en la frontera del Imperio Kiehl.
La casa de Ariartelle se encontraba en esta tranquila aldea rural. Claro que ninguno de sus vecinos de Bollanyo sabía que Ariartelle era un dragón. Según los aldeanos, Ariartelle era una noble que había caído en la pobreza y se había visto obligada a mudarse al campo, y no les interesaba investigar más allá de eso.
Por lo general, la gente del campo podía sentir una curiosidad excesiva por este tipo de vecinos, sobre todo cuando se trataba de jóvenes que vivían solos sin familia, pero ese no era el caso de Ariartelle. Y todo gracias a su magia.
Ariartelle, naturalmente, no tenía ningún interés en socializar con sus vecinos humanos, así que hacía tiempo que había lanzado un hechizo de obstrucción de la percepción sobre sí misma y su mansión, y gracias a eso, su mansión solía ser un lugar muy tranquilo y apacible.
Para Eugene y su grupo, que llevaban casi un mes viajando, no había mejor lugar para descansar plácidamente. En el pasado, habían pasado un tiempo en la cueva de Molon en Leheinjar, pero como los Nur ya no se generaban allí, no había razón para que siguieran en esas montañas.
Ariartelle permanecía en silencio en medio de su sala de estar.
Este era un espacio donde Ariartelle solía disfrutar de sus aficiones, una habitación iluminada con luces cálidas y su aroma favorito flotando en el aire. Era un lugar donde ocasionalmente podía relajarse y disfrutar de la lectura de un libro con una taza de té o café… y también era aquí donde solía espiar la vida cotidiana de Leo Dragonic, quien ya se había convertido en adulto.
Pero esa era ya una historia del pasado. Tras recibir a huéspedes tan terribles y desagradables en su mansión, la querida sala de estar de Ariartelle —no— toda la mansión en la que vivía había quedado completamente devastada. El único lugar que aún podía describirse como perteneciente únicamente a Ariartelle era su dormitorio.
Ariartelle se tragó en silencio la tristeza que la invadía.
En lugar de ceder a su impulso de agarrar algo y romperlo o lanzárselo a alguien, simplemente apretó los puños con fuerza.
Si se permitía llorar de tristeza, sería inapropiado para su identidad de dragón, y no tenía la confianza de poder afrontar las consecuencias de agarrar algo de repente y destrozarlo o tirarlo al suelo. Por eso, la sabia dragona simplemente dejó escapar un largo suspiro y negó con la cabeza.
La sala de estar era un completo desastre.
Una mujer rubia de cabello despeinado estaba tumbada en el sofá favorito de Ariartelle. Un gigante musculoso con una barba espesa roncaba sobre su alfombra favorita. Una maga dormía profundamente, con una botella de vino sobre su regazo, en el sillón donde Ariartelle solía relajarse con una taza de café y un buen libro. Apretado entre el sofá y el sillón estaba el hombre que podría considerarse la raíz de todo este mal.
¿Cuándo había empezado a ir tan mal la situación?
Mientras usaba su magia para limpiar las botellas vacías de alcohol y los restos de comida que cubrían la sala, Ariartelle se sintió invadida por un profundo arrepentimiento.
Hacía un mes, la guerra contra el Rey Demonio del Encarcelamiento y el Rey Demonio de la Destrucción había terminado.
Ariartelle no había participado personalmente en esa guerra. Dado que la batalla era por el bien del mundo, de verdad había querido dedicarse a la causa… pero no podía permitírselo. Un dragón jamás podría romper sus juramentos, y Ariartelle había hecho la promesa de proteger la Cuna.
Después de todo, ¿y si hubiera ocurrido lo peor? ¿Y si los Reyes Demonios hubieran ganado? En ese caso, el deber de Ariartelle habría sido evitar que el legado de los dragones que debía proteger cayera en manos de los Reyes Demonios.
Aunque tal promesa solo se hizo porque los dragones desconocían los verdaderos objetivos del Rey Demonio del Encarcelamiento y del Rey Demonio de la Destrucción…
Si los dragones hubieran sabido que el objetivo de los dos Reyes Demonio no era reinar sobre el mundo, sino destruirlo por completo, nunca habrían hecho a Ariartelle semejante juramento. Ariartelle también habría podido lanzarse al campo de batalla y luchar por la gran causa de proteger el mundo.
En otras palabras, esto significaba que Ariartelle no se había escondido solo por miedo a participar en la guerra.
Sin embargo, este monstruo invasor, acurrucado en el suelo en una posición tan lamentable, no había mostrado ninguna consideración por las circunstancias de Ariartelle.
—Pase lo que pase, seguías sin estar allí para ayudar.
Ariartelle fue quien los buscó en primer lugar.
Había oído que los Reyes Demonios habían sido derrotados. Ahora, ya no quedaban Reyes Demonio que amenazaran su mundo. Aún quedaban innumerables demonios en Helmuth, pero la ferocidad innata de su raza estaba siendo contenida por la cadena que sostenía el Héroe.
Fue una victoria completa, un logro digno de celebración.
Como representante de los dragones, Ariartelle había ido a buscar a Eugene y sus camaradas. El grupo de los Héroes había desaparecido tras el final de la guerra y había estado vagando por el continente, pero no le fue tan difícil encontrarlos. Solo necesitaba encontrar a su compañero dragón, que casualmente los acompañaba.
Pero una vez que los encontró, Ariartielle fue objeto de todo tipo de burlas por su ausencia de la guerra y se vio obligada a abrirles las puertas de su casa.
—No debí haber ido a buscarlos…—suspiró Ariartelle profundamente mientras seguía limpiando la habitación.
Las filas de botellas vacías que había alineado a un lado de la habitación ya se contaban por docenas. Todas esas botellas habían formado parte de la preciada colección de vinos de Ariartelle, pero se habían vaciado en una sola noche.
Pero ahora que las cosas habían llegado a este punto, ¿de qué servía arrepentirse? Justo cuando terminaba de limpiar, y estaba a punto de cubrir con mantas a los cuatro vagos que se habían quedado dormidos sin siquiera un abrigo para taparse…
—Ejem…
Ariartelle oyó una tos a sus espaldas. Sobresaltada, se irguió de golpe. Un hechizo lanzado rápidamente cubrió el rostro de Ariartelle con una fina capa de maquillaje. Tras un momento de preparación, la desesperación que hasta ese momento había ensombrecido su rostro desapareció del rostro de Ariartelle.
—¿Ya se despertó? —preguntó Ariartelle con una sonrisa mientras se daba la vuelta con elegancia.
Vermut, impecablemente vestido, estaba de pie en la entrada de la sala. A diferencia de los cuatro holgazanes que merodeaban por la habitación, Vermut se había acostado en su habitación. Esto se debía a que había logrado escapar del concurso de bebida que se había celebrado allí la noche anterior, una auténtica pesadilla que había dejado a todos inconscientes menos a él.
—Mis disculpas —dijo Vermut, inclinando la cabeza.
Al ver que ningún concursante había logrado salir de la sala, Vermut pensó que era una suerte haber logrado escapar a su habitación de madrugada.
—Para nada, oh Gran Vermut. No tiene por qué disculparte —dijo Ariartelle mientras gritaba para sí misma: ¡Aaaah, es el Gran Vermut!
Los ojos de Ariartelle se llenaron de una dulce adoración. Desde pequeña, había leído repetidamente los cuentos de hadas sobre el Héroe y, como a la mayoría de la gente, la figura del Gran Vermut la había fascinado.
En cuanto al Estúpido Hamel, la Sabia Sienna, el Valiente Molon y la fiel Anise, tras conocerlos… habían logrado, más o menos, destrozar todas las ilusiones que Ariartelle había albergado sobre ellos, pero el Gran Vermut era diferente. Aquí estaba un hombre que parecía ser una réplica exacta de la imagen que Ariartelle había imaginado al leer el cuento.
—Por favor, no digas eso, Ariartelle. Te agradecemos que nos prestaras tu mansión, pero pensar que armarían semejante desastre después de usarla solo unos días… —suspiró Vermut.
Ariartelle negó con la cabeza—. A estas alturas, incluso yo soy plenamente consciente de que simplemente se niegan a escuchar su consejo.
Era cierto. Vermut había sugerido repetidamente que sería mejor que se abstuvieran de beber y de divertirse tanto, pero sus compañeros se negaron a escuchar su consejo. En cambio, disfrutaban sujetando a Vermut por las extremidades y vertiéndole vino en la boca incluso mientras él intentaba impedírselos.
—No creo que sea necesario despertarlos todavía… así que, ¿qué le parece, oh Gran Vermut? ¿Salimos a tomar el aire… juntos? —susurró Ariartelle, armándose de valor.
Si Ariartelle pudiera cumplir su deseo, le gustaría escuchar a Vermut hablar de todas las leyendas que había dejado atrás mientras tomaba un aromático té negro frente al macizo de flores del jardín, pero… esos demonios podrían despertar en cualquier momento y salir tambaleándose al jardín rascándose el estómago. Si no quería que su tiempo privado con Vermut se interrumpiera de esa manera, sería mejor que Ariartelle se marchara de la mansión con él.
Vermut sonrió con torpeza—. Agradezco la oferta, pero me temo que hoy necesitamos hacer algunos preparativos…
Ariartelle irradiaba una clara admiración por Vermut. Aunque agradecía su atención, Vermut también sentía la situación extremadamente agobiante…
La razón de su incomodidad era que Ariartelle era un dragón; un dragón que había perdido a sus padres a manos del Rey Demonio de la Destrucción, además.
—¿Preparativos…? —repitió Ariartelle—. ¿A qué preparativos se refiere? Si necesita algo, seguro que ya debería habérselo proporcionado.
—Me temo que ya llevamos una semana disfrutando de tu hospitalidad —respondió Vermut con una sonrisa irónica—. Si nos entretenemos aquí más tiempo, creo que solo acabaremos agotando por completo tu preciada colección de licores. Por lo tanto, tenemos la intención de marcharnos de tu mansión hoy mismo.
Al recibir esta respuesta, la expresión de Ariartelle se llenó de diversas emociones.
Al menos, por fin podría despedir a estos demonios. Con eso, Ariartelle podría volver a su querida vida cotidiana. La partida de estos demonios era muy esperada y bienvenida, pero… lamentó que esto significara que el Gran Vermut también se marchaba.
—Aaah… Así que es así, oh, Gran Vermut. ¿Volverá con los Lionheart? —preguntó Ariartelle.
—Sí —asintió Vermut—. Qué decepción… Hay tantas cosas de las que aún quería hablarle. Si estos alborotadores hubieran bajado la voz un poco, podría haberle hablado mucho más tiempo —se quejó Ariartelle.
Vermut la consoló—. No es que esta sea nuestra despedida eterna. Cuando quieras, puedo venir a tu casa para conversar.
Al decirle estas palabras con una suave sonrisa, Airatelle sintió de repente una punzada en el pecho.
¿Qué demonios era esa sensación? A Ariartelle le costaba definir con exactitud lo que sentía en ese preciso instante, pero había algo que sabía que deseaba con desesperación en cuanto escuchó esas palabras.
Ariartelle tartamudeó—. ¿Lo promete?
—¿Prometerlo? —repitió Vermut frunciendo el ceño.
—Soy un dragón —Ariartelle afirmó lo obvio—. Como ya debería saber, oh Gran Vermut, los dragones damos mucha importancia a las promesas.
—Ah… sí, lo sabía —dijo Vermut asintiendo.
Vermut se sentía incómodo con palabras como «promesa» o «juramento». Si era posible, no quería hacer otra promesa en toda su vida.
Sin embargo, quien le pedía esa promesa era un dragón que había perdido a sus padres a manos del Rey Demonio de la Destrucción. Ante alguien así, Vermut se sentía obligado a jurar tal promesa aunque realmente no quería.
—Ariartelle, esta promesa que te hago será la última que haga en mi vida —dijo Vermut con una sonrisa radiante.
Ante estas palabras, Ariartelle se tambaleó, sintiendo como si le hubieran golpeado la cabeza, el pecho y el alma a la vez con un martillo.
«La última promesa que haré», repetía Ariartelle en su mente.
Al contrario de lo que Vermut pretendía al decir estas palabras, las implicaciones sacudieron la mente y el cuerpo de Ariartelle. ¡Su última promesa! ¿Significarían esas palabras…?
Ariartelle jadeaba. Antes de que pudiera decir nada, Eugene recobró el sentido con un gruñido—. ¡Ay, mi cabeza…!
Incorporándose de su incómoda posición entre el sofá y el sillón, Eugene giró el cuello y la cintura rígidos de un lado a otro mientras se estiraba.
Con los ojos vidriosos, Eugene se giró hacia Ariartelle y Vermut antes de interrogarlos con el ceño fruncido—. ¿Qué…? ¿Qué están haciendo?
¿Por qué Ariartelle parecía a punto de desmayarse?
Vermut también sentía curiosidad por la respuesta a esa pregunta. Sin embargo, al ver que Eugene seguía medio borracho y se agarraba la frente, Vermut no pudo permitirse el lujo de prestarle más atención a Ariartelle.
—Ya vamos tarde —le recordó Vermut a Eugene—. Decidimos que volveríamos a casa hoy. ¿De verdad lo olvidaste?
—No… —dijo Eugene con otro gruñido—. No lo olvidé.
Después de sacudir la cabeza varias veces, el estómago vacío y ruidoso de Eugene se calmó, el dolor de cabeza desapareció y su mente se aclaró.
Mientras se mordía el labio inferior, Eugene murmuró—. No lo olvidé, pero ahora que es hora de volver a casa, lo estoy pensando mejor…
—Tu padre también nos espera en la mansión Lionheart —le recordó Vermut.
—Puede que sea así, pero mi padre sabe muy bien qué clase de persona soy. No creo que se moleste mucho aunque me tome otro año antes de volver… —murmuró Eugene.
Eugene creía sin dudarlo que era un hijo leal. ¿Y qué si pasaba más tiempo vagando por la calle que en casa? Era algo inevitable, ya que estaba trabajando por la gran causa de salvar al mundo. Si él, como hijo, estaba haciendo algo tan importante, ¿sería posible que su único pariente de sangre, su padre, no comprendiera la necesidad de eso?
¿Y qué si no había mantenido a Gerhard informado de su paradero, y mucho menos en contacto, mientras vagaba por la calle? Eso también era inevitable. Estaba seguro de que a su padre probablemente tampoco le preocupaba demasiado ese comportamiento. Desde que era un mocoso que vivía en un pequeño pueblo rural, Eugene le había demostrado con entusiasmo a su padre que no era de los que se dejan golpear en cuanto sale solo.
—Sin embargo, mi suegro siempre llora mucho cuando regresas —dijo Sienna, saboteando los argumentos de Eugene al lanzarle una mirada. Ella también se había despertado y se estaba arreglando el pelo desordenado con magia.
«Suegro…», pensó Eugene mientras tragaba saliva involuntariamente.
Sintió que su alma se sentía repentinamente presionada por el poder y el peso de esas palabras, pero ya se había dado cuenta de que, a estas alturas, era demasiado tarde para armar un escándalo por el comportamiento de Sienna o intentar cambiarlo.
—Desde niño, mi padre siempre ha sido propenso a derramar demasiadas lágrimas —se defendió Eugene.
Sienna frunció el ceño y dijo—. No creo que esa sea la razón principal de sus reacciones…
—Su edad también podría influir. Los hombres tienden a llorar mucho más con la edad. Fíjense en Molon. ¡Ese bastardo también rompe a llorar por cualquier cosa! —argumentó Eugene mientras pateaba a Molon, que seguía tendido en el suelo.
—Si todos tus camaradas y amigos mueren antes que tú, dejándote solo, y te ves obligado a proteger un valle montañoso durante cientos de años, cazando monstruos sin parar, cualquiera tendría mucho por qué llorar —dijo Molon mientras levantaba ligeramente la cabeza.
Ante estas palabras, todos no pudieron evitar quedarse en silencio. Vermut, en particular, estaba tan afectado por la presión silenciosa que todo su cuerpo comenzó a temblar.
—Lo… lo siento —Vermut se esforzó por disculparse.
Justo cuando el silencio se había prolongado lo suficiente como para que Vermut estuviera a punto de arrodillarse en el acto, Molon se levantó del suelo.
—¿De qué te disculpas? Vermut, no hay necesidad de más disculpas entre nosotros. En aquel entonces, la única persona en la que podías confiar era yo, y era algo que alguien tenía que hacer, ¿no? Nunca te guardé rencor por pedirme que lo hiciera —dijo Molon con una risita mientras le daba una palmadita a Vermut en el hombro.
Extremadamente conmovido por estas palabras, Vermut miró a Molon con lágrimas en los ojos.
Pero toda señal de su desbordante emoción desapareció del rostro de Vermut cuando Molon preguntó de repente—. Por cierto, Hamel, ¿cuándo vamos a darle una paliza a Vermut?
—Uhm, es cierto. ¿Cuándo sería un buen momento para darle una paliza? —dijo Eugene pensativo.
Todos habían acordado sin dudarlo que le debían una buena paliza a Vermut. La opinión de Vermut al respecto no importaba.
Sin embargo, durante el mes previo a este día, Eugene y sus camaradas todavía no le habían dado una paliza a Vermut. En cambio, simplemente habían vagado juntos por el continente, bebiendo, charlando, durmiendo y pasando sus días lo más tranquilos posible.
—En mi opinión, no tiene sentido darle una paliza en un lugar como este. ¿No están todos de acuerdo? —preguntó Anise retóricamente—. No le hemos dado una paliza a Sir Vermut hasta ahora porque no era el mejor momento, ¿verdad? No sé qué pensarán, pero quiero darle una paliza a Sir Vermut delante del público. Delante de muchísima gente. ¿Qué opinan?
Vermut se estremeció al pensarlo—. Pero, ¿por qué…?
Anise frunció el ceño—. Sir Vermut, ¿de verdad pregunta eso porque no sabe la respuesta? Si le damos una paliza cuando solo estemos nosotros, ¿no significa que su paliza se mantendrá en secreto? Así, nadie en el mundo sabría que le hemos dado una paliza, Sir Vermut.
—Pero… ¿qué problema hay con eso? —preguntó Vermut con voz lastimera, con una expresión que demostraba que realmente no sabía la respuesta.
Anise se golpeó el pecho con frustración antes de decir—. Sir Vermut, si le damos una paliza delante de mucha gente, todos serán testigos de ese momento histórico. Así, ¡sabrán la culpa del Gran Vermut y el tremendo error que cometió en el pasado! ¡Sabrán cuántos problemas hemos pasado por su culpa!
Eugene negó con la cabeza—. De ninguna manera, Vermut. ¿De verdad creíste que permitiríamos que la historia te registrara simplemente como un héroe que regresó de entre los muertos, una leyenda que volvió a la vida, de cómo hiciste un sacrificio tan noble…? ¿Crees que eso es todo lo que queremos que sepan?
—De ninguna manera podemos permitirlo —dijo Sienna con un bufido—. Ah, pero claro, no les contaremos el error específico que cometiste. Simplemente te daremos una paliza delante de ellos, y quienes lo presencien tendrán que inventarse sus propias conjeturas sobre por qué te dimos la paliza. Nos conformaremos con eso.
Anise, Eugene y Sienna acorralaron a Vermut con su perfecto trabajo en equipo.
Vermut ni siquiera pudo protestar. Tampoco pudo pedirle ayuda a Molon. Molon se acariciaba la barba, preguntándose si debía golpear a Vermut con el puño, patearlo o incluso golpearlo con su hacha.
Vermut tragó saliva y preguntó—. ¿De verdad planean matarme?
Eugene estalló en carcajadas ante la pregunta cuidadosamente formulada por Vermut—. Pasamos por todo ese trabajo para salvarte, ¿por qué te mataríamos ahora?
¿Habría sido mejor para él si simplemente hubiera muerto en aquel entonces?
Vermut reflexionó sobre esto por unos instantes.