La prodigiosa leyenda del ducado (Novela) - Capitulo 6
capítulo 6
Episodio 6
* * *
Por aquella época, Dale, de ocho años, tenía tres mentores.
La primera era Sephia, la anciana de la Torre Azul, que le enseñó magia de agua. Luego estaba su padre, el Duque Negro, maestro de la Torre Negra, que le instruyó en magia oscura. Y, por último…
En el aire frío del amanecer, el aliento de Dale salía en bocanadas calientes.
¡Zas!
En los amplios terrenos de entrenamiento del castillo ducal, Dale blandía una espada de madera. Su oponente no era otro que Sir Helmut Blackbear, líder de los Caballeros Cuervo Nocturno, leales al duque sajón.
Mientras la espada de madera de Dale cortaba el aire, Sir Helmut se preparó para esquivarla con facilidad.
Pero entonces, en un giro sorprendente, la espada de Dale se enroscó alrededor de la de Helmut como una serpiente, desviando su trayectoria. Era el arte de ceder para vencer la fuerza.
«¡Impresionante!».
Sin embargo, como uno de los siete mejores caballeros del continente, Helmut no iba a caer en un truco tan simple. Aun así, decidió seguirle la corriente al joven y soltó la espada.
«¡Ja, ja, bien hecho, joven maestro!».
Se rió a carcajadas, levantando las manos en señal de rendición mientras su espada de madera giraba en el aire.
«Vamos, me dejaste ganar», protestó Dale.
Helmut se detuvo, tragándose su sorpresa ante la perspicacia del chico.
«Ah, es una pena que esté destinado al camino de la magia, joven maestro».
Con la bendición de su esposa Elena, el Duque Negro había tomado oficialmente a Dale como su aprendiz. Era un acontecimiento reciente, pero no inesperado. Como hijo del maestro de la Torre Negra, Dale estaba destinado naturalmente a seguir los pasos de su padre en la magia oscura.
Sin embargo, para Helmut, uno de los mejores espadachines del continente, el talento de Dale con la espada era cualquier cosa menos ordinario.
Le recordaba la abrumadora habilidad a la que se había enfrentado una vez en un duelo con el legendario maestro espadachín Bardel. Esa misma chispa de talento era evidente en la esgrima de este niño de ocho años.
Bardel, que había sido derrotado por un héroe hacía mucho tiempo… El potencial de Dale parecía rivalizar con el del legendario espadachín.
Pero, ¿qué se podía hacer? El chico ya estaba bajo la tutela del mago más grande del continente, que cultivaba su talento mágico.
«¿Por qué el destino otorga tal doble talento a una sola persona?».
Aunque Dale estaba destinado a ser mago, Helmut le enseñó a manejar la espada, con la esperanza de que no descuidara el entrenamiento físico. Sin embargo, como mago, Dale no podría aprovechar el poder del aura de su núcleo.
Al igual que los magos canalizan el maná a través del círculo de su corazón para crear magia, los caballeros expertos almacenan el maná en su núcleo y lo utilizan como aura.
Aunque la fuente de poder es la misma, los mecanismos internos para ejercerlo difieren.
El arrepentimiento de Helmut era palpable cada vez que entrenaba a Dale.
Sin embargo, más que arrepentimiento, Helmut sentía una profunda admiración por el chico. La mayoría de los magos evitaban el esfuerzo físico y dependían de guardaespaldas para compensar su falta de destreza física.
¿Por qué un mago necesitaría soportar las penurias del entrenamiento con la espada?
Para un niño de ocho años, era un régimen intenso. Pero la perspectiva de Dale era diferente.
«No quiero depender únicamente de hechizos protectores y descuidar mi entrenamiento físico».
La lógica era tan simple que hasta un niño la podía entender.
Sin embargo, incluso los magos experimentados que habían sobrevivido a innumerables batallas luchaban por comprenderla de verdad. La mayoría de los magos a los que Helmut había derrotado en el campo de batalla habían caído en esa complacencia.
Un solo choque.
Ese único momento podía determinar el destino de un mago si un caballero acortaba la distancia. Dale lo entendía mejor que nadie.
¡Un niño de ocho años que nunca había visto un campo de batalla!
El manejo de la espada es, en última instancia, el arte de matar. Y para Helmut, que había perfeccionado este arte mortal durante toda su vida, los instintos de combate de Dale eran un regalo del cielo.
Esto no hizo más que avivar la pasión de Helmut como mentor.
Aunque Dale nunca siguiera el camino de la espada, era la joya brillante que Helmut llevaba tanto tiempo buscando.
* * *
Esa tarde.
En las cámaras subterráneas del castillo ducal sajón, una enorme caverna servía de gran taller para un solo mago.
El taller mágico del Duque Negro.
Aquí, Dale estaba absorto en una nueva forma de entrenamiento con su padre.
Pero no estaban resucitando a los muertos ni animando cadáveres de inmediato. Cuando Dale mencionó por primera vez dominar la nigromancia básica, el nigromante más destacado del continente no se había impresionado.
«¿Afirmas haber revivido algo sin comprender lo que estabas manipulando?».
Dale esperaba elogios, pero en su lugar, el Duque Negro le entregó una pila de gruesos libros.
Diagramas anatómicos de humanos y diversas criaturas, textos médicos que detallaban las funciones de los huesos, los órganos y los músculos, conocimientos que incluso los cirujanos del siglo XXI podrían encontrar abrumadores.
Solo después de que Dale hubiera asimilado a fondo esta información, el Duque Negro comenzó a enseñarle magia práctica.
En el taller, el Duque Negro colocó el cadáver momificado de un duende sobre un altar.
«Empecemos por resucitar a un soldado cadáver».
Un soldado cadáver. No se trataba solo de animar un cuerpo, sino de crear algo más.
Al igual que la magia elemental podía personalizarse mediante hechizos, la nigromancia permitía personalizar el proceso de reanimación.
El objetivo era resucitar un cadáver especializado en el combate. Mientras que un nigromante novato solo podía crear un zombi básico a partir del cuerpo de un maestro espadachín, un maestro podía resucitar a un caballero de la muerte a partir de los restos de un simple soldado.
Dale concentró su mente e inscribió los hechizos necesarios.
Recordando los conocimientos anatómicos que había aprendido, entreteji hilos de magia por todo el cuerpo del duende.
La nigromancia no consistía en resucitar realmente a los muertos. Se parecía más al arte de un titiritero.
El hechizo de Dale tenía como objetivo endurecer el exterior del duende acelerando la rigidez post mortem.
El cadáver del duende se puso en pie tambaleándose, con movimientos anormalmente rígidos.
«Controlar a un duende no es lo mismo que a un conejo».
El cuerpo de un duende bípedo era complejo y requería comprender su funcionamiento interno. La nigromancia era un campo en el que Dale no tenía experiencia previa.
Sin embargo, este desafío solo lo emocionaba más.
«Acelerar la rigidez cadavérica para endurecer la piel del duende fue una idea ingeniosa».
El Duque Negro observaba con una sonrisa de satisfacción, en la que se reflejaba el orgullo paterno. Pero fue algo fugaz.
Su expresión cambió rápidamente al comportamiento frío del mejor nigromante del continente.
«Pero la rigidez, la contracción muscular, puede restringir en exceso los movimientos de un cadáver».
«¿Hay alguna forma mejor?», preguntó Dale.
En respuesta, el Duque Negro chasqueó los dedos.
«…!»
Un poder oscuro y siniestro se extendió por la habitación. El hechizo que Dale había lanzado para endurecer el cuerpo del duende se deshizo y sus músculos se relajaron.
Se oyó un crujido.
«La caja torácica está destinada a proteger los órganos».
El sonido de huesos retorciéndose.
«Pero un cadáver no necesita proteger sus órganos».
El Duque Negro continuó.
«Entonces, ¿cómo vas a utilizar los huesos que ahora ya no son necesarios?».
Esta fue la respuesta que el mejor nigromante del continente le dio a Dale.
¡Crack!
En un instante, el abdomen del duende se retorció y una «hoja ósea» emergió de su mano. Una hoja afilada y blanca, que antes formaba parte de la caja torácica del duende, ahora brillaba amenazadoramente.
«Comprende la estructura de tu sujeto y reconstrúyela para tu propósito».
Había transformado parte de la caja torácica en un arma. Al fin y al cabo, un cadáver no tenía necesidad de proteger sus órganos.
El Duque Negro volvió a chasquear los dedos.
¡Crack!
Una vez más, los huesos y músculos del duende se retorcieron en ángulos extraños, como una criatura de una película de terror. Pero Dale podía sentir el propósito detrás de la transformación.
«Está eliminando todos los elementos innecesarios para la supervivencia y reconstruyendo el cuerpo únicamente para el combate».
El duende, renacido bajo la mano del Duque Negro, estaba cubierto de cuchillas óseas. Estas le servían tanto de armadura como de armas.
No se trataba de una simple reanimación. El antiguo yo del duende era irreconocible.
Una transformación completa.
Fue un auténtico renacimiento.
Una criatura con un poder de combate no solo varias veces, sino docenas de veces superior a cualquier cosa a la que se hubiera enfrentado en su vida.
«¿Conoces la filosofía que persigue la Torre Negra?».
En ese momento, el Duque Negro tomó la palabra.
Dale no respondió; simplemente negó con la cabeza. No era que no lo supiera. Por supuesto, era necesario fingir ignorancia. Pero la verdadera razón de su silencio era otra.
Quería oírlo de boca del propio duque.
«──La verdad».
Respondió el hechicero oscuro más poderoso del continente.
«Y la verdad siempre reside en la muerte».
Dale tragó saliva en silencio ante las palabras del duque. Pero lo que siguió fue algo que no se esperaba en absoluto.
«Por eso debes comprenderlo».
¿Entender qué?
«El peso de la vida necesario para alcanzar la verdad».
El peso de la vida.
Fue entonces cuando se dio cuenta. La magia oscura, temida y susurrada como la magia de la muerte, solo era posible porque primero comprendía la vida.
Para Dale, que lo había dedicado todo a la matanza, era una ironía sin medida.
Había pasado su vida sin ser consciente del «peso de la vida», con las manos manchadas de innumerables muertes.
Matar, matar y volver a matar.
* * *
Meses después.
Los gritos agonizantes de una mujer resonaban en el dormitorio destinado al duque y la duquesa. Fuera de la habitación, Dale caminaba nerviosamente de un lado a otro, mirando repetidamente por la ventana del castillo.
«¡Joven maestro!».
Al oír la voz de la anciana llamándolo, Dale entró corriendo en el dormitorio sin dudarlo.
«Dale».
Su padre y su madre lo miraban con calma, sonriendo. A su lado había una nueva vida diminuta.
Un recién nacido que lloraba, envuelto con ternura en una manta, acunado en los brazos de Elena como si fuera lo más preciado del mundo.
«Una hermanita que se parece mucho a ti».
Elena sonrió, la sonrisa de una madre que había soportado los dolores del parto.
«¿Quieres cogerla en brazos?».
Con la ayuda de Elena, Dale tomó con cuidado a su hermana en sus brazos. Por primera vez, sintió el peso de la vida. Era tan pesado como mil libras, pero tan ligero como una pluma.